08 noviembre, 2006

Los Libros Olvidados

Cierro los ojos y me veo ahí... de 9 años frente a la gran biblioteca de casa, un mundo entero de aventuras y emociones, sin embargo, ahí abajo los únicos libros que alcanzaba eran los pequeños de la primera y segunda gaveta, y aquellos que estaban en el suelo y nadie quería ordenar, sin embargo aquellos que llamaban mi atención eran los libros de las ultimas gavetas, esos libros que se veían enormes y lustrados con signos que no podía entender, símbolos para mi mágicos y arcanos (ahora se que son caracteres griegos, árabes y hebreos). A pesar que nunca tuve uno de esos grandes empastados en mis manos (hasta hoy). Esos libros encendían mi imaginación más que cualquier otra cosa porque podían tratar de lo que yo quisiera, y así eran las historias más heroicas que podían existir y tenían los finales más emocionantes de la historia. Cuando nadie miraba, yo podía pasar horas frente a la los estantes de la biblioteca, sentado en el suelo, imaginando, creando. Entre ellos había un libro color ocre, y tan grueso como el ancho de una manzana, eran las obras completas de un tal Miguel, que en su interior, según mi padre, contenía “la historia más hermosa y mejor terminada de la historia del habla española” que trataba de un hombre que enloqueció con las historias de caballeros andantes y decidió convertirse en uno, creando aventuras donde no las habían, de alguna forma podía identificarme con aquel personaje a pesar de no haberlo conocido nunca. También estaban esos tres libros negros como la noche y aun más llenos de misterio, en cuyo canto apreciaba símbolos dorados de significado arcano, una vez escuche a mi madre decir era un libro que trataba de una muchacha que para evitar la muerte contaba historias y cuentos, lo que llego a hacer durante mil y una noche. Y así también estaba ese enorme libro rojo y brillante que decía W. Shakespeare, yo sabia que era el autor de La tragedia de Romeo y Julieta y Sueño de Verano, pues eran obras que yo alguna vez había ido a ver al teatro con mi madre. Y estaba ese libro gris y negro que no se no todos podían leer por que estaba en ingles, si no me equivoco eran las obras oscuras y tenebrosas de Poe. Estaban también esos tres inmensos libros juntos, uno rojo uno verde y uno azul, de cuyo canto y desde abajo solo alcanzaba a leer “Sir Arthur Conan Doy...”. Y así se formaban decenas y luego cientos de libros en las últimas gavetas, libros enormes con olor a cuero, grasa y polvo, brillantes y opacos, claros y oscuros usando todos esos colores que le dan a un libro ese aspecto de importancia y solemnidad. Recuerdo cabalgar con Don Quijote y salvar a Schahrasad, la princesa cuenta cuentos, también recuerdo resolver misterios con Sherlock Holmes, ayudar a Hamlet a descubrir su verdad, y enamorarme trágicamente de la difunta Eleonor, todo esto años antes de poder, siquiera, leer alguno de estos libros, todo esto sin haber tocado o ojeado alguno de ellos... Después de unos años, perdí interés, nunca llegue a leer alguno de estos libros empastados, claro leí esos autores en libros de papel café escolar y mal impreso, libros que me regalaron o compre en alguna polvorienta librería, pero lo que respecta a esos libros en particular, los arcanos tomos de cuero, libros que fueron impresos antes que yo naciera, la mayoría antes que mi padre o mi abuelo nacieran, no supe nada durante años hasta hoy... el día en que mi padre con luz en sus ojos me miro y dijo: “¿recuerdas los libros de la vieja biblioteca? He vivido orgulloso de aquella pequeña biblioteca... ahora es tuya... toda tuya.”